Invisible.

Invisible. Asi es como empezó la locura. Así es como comenzé a sentirme yo hace unos años. El mundo se ponía en mi contra, dándome la espalda sin motivo alguno. Hoy tres años después de todo lo ocurrido y creo que sabiendo afrontar gran parte de mis problemas, sigo sintiéndome invisible, indiferente para el resto del mundo.
Mis palabras resuenan vacías en el horizonte, aquel que parece estar lleno de gente conocida pero que después, al acercarme no son solo más que extraños que no me conocen.
Vivo con miedo de no dejar mi nombre en el mundo, de que ni una sola persona me recuerde,  de que todo lo que tengo se vaya y no encuentre a nadie que lo sustituya. De no encontrar a nadie que sepa que me gusta dormir con la puerta cerrada y la persiana bajada, que no puedo ducharme si no hay música de fondo, de que en los momentos de estrés lo que más me relaja es un cigarrillo…
Creo que no puedo vivir con la angustia de estar  encerrada en mi misma, de atravesar las calles de Madrid sin encontrarme con nadie.
Los humanos estamos hechos genéticamente para vivir en sociedad y simplemente no concibo la idea de vivir siendo invisible para el resto de mis días.

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