Hace poco me dijeron que debía escribir un pequeño seguimiento de lo que hacía y sentía a lo largo de los días... Para mi era otra estupidez más, otra tontería que me llevaría a otra más grande y así sucesivamente, tan solo para terminar en el sitio en el que debería haber entrado hace mucho tiempo.
Adoro la medicina, la enfermería y todo lo que tenga que ver con las ciencias de la salud, y realmente mi pasión alcanza límites inimaginables, pero a veces me pregunto: ¿Cuándo nos duele el alma y nos pesa la vida, a quién debemos acudir?
Quizás esa pregunta me la hago tan de seguido porque cada vez el agujero del dolor es un poco más grande cada día.
Me siento vacía por dentro y nadie lo entiende, nadie puede entender la forma en la que siento el dolor, la forma en la cual se agarra a mi pecho y no me deja respirar.
Mi corazón late deprisa, como jamás pensé que lo haría, e intento definir lo que siento justo en ese momento para recordar porque se desbocó de esa forma, porque quería salir de mi pecho sin ninguna razón.
Y sí, quizás sí, puede que tuviera una, una pequeña razón. Se ahogaba dentro de mi.
Alguien hace poco me dijo que describiera con palabras lo que mis ojos veían, que intentara darles una boca con la que pudiera expresarse, de esa forma todo el mundo sabría realmente lo que mis ojos ven y es probable que también entendieran la forma en la que lo proceso. Mis ojos no ven mi dolor, ese que va por dentro, por lo que lo describiré tal y como me lo imagino.
Ese dolor es algo asi como una ponzoña negra que recorre tu cuerpo invadiéndole poco a poco, ahogándole sin miramientos. Es algo que se instala en tu corazón y le encierra. Encierra tu mente, tu cuerpo, tu alma, sin dejar un resquicio a la esperanza, sin dejar el paso de la luz, el paso de la vida. Y simplemente va muriendo poco a poco, viviendo porque sí, como si fuera un castigo por haber vivido, por haber disfrutado aun que tan solo fuera un instante. Es en ese momento cuando te das cuenta de que ya no sabes si respiras, si sientes, si vives... Y de algún modo debes descubrir si tu castigo sigue adelante. Y la única forma de averiguarlo es con más dolor.
Adoro la medicina, la enfermería y todo lo que tenga que ver con las ciencias de la salud, y realmente mi pasión alcanza límites inimaginables, pero a veces me pregunto: ¿Cuándo nos duele el alma y nos pesa la vida, a quién debemos acudir?
Quizás esa pregunta me la hago tan de seguido porque cada vez el agujero del dolor es un poco más grande cada día.
Me siento vacía por dentro y nadie lo entiende, nadie puede entender la forma en la que siento el dolor, la forma en la cual se agarra a mi pecho y no me deja respirar.
Mi corazón late deprisa, como jamás pensé que lo haría, e intento definir lo que siento justo en ese momento para recordar porque se desbocó de esa forma, porque quería salir de mi pecho sin ninguna razón.
Y sí, quizás sí, puede que tuviera una, una pequeña razón. Se ahogaba dentro de mi.
Alguien hace poco me dijo que describiera con palabras lo que mis ojos veían, que intentara darles una boca con la que pudiera expresarse, de esa forma todo el mundo sabría realmente lo que mis ojos ven y es probable que también entendieran la forma en la que lo proceso. Mis ojos no ven mi dolor, ese que va por dentro, por lo que lo describiré tal y como me lo imagino.
Ese dolor es algo asi como una ponzoña negra que recorre tu cuerpo invadiéndole poco a poco, ahogándole sin miramientos. Es algo que se instala en tu corazón y le encierra. Encierra tu mente, tu cuerpo, tu alma, sin dejar un resquicio a la esperanza, sin dejar el paso de la luz, el paso de la vida. Y simplemente va muriendo poco a poco, viviendo porque sí, como si fuera un castigo por haber vivido, por haber disfrutado aun que tan solo fuera un instante. Es en ese momento cuando te das cuenta de que ya no sabes si respiras, si sientes, si vives... Y de algún modo debes descubrir si tu castigo sigue adelante. Y la única forma de averiguarlo es con más dolor.
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